Darío

Jerez

Gritar en el silencio: la eterna búsqueda de Darío Jerez

En Santa Teresita, un rincón de la costa argentina donde el mar guarda sus propias historias, el 25 de octubre de 2001 se convirtió en una fecha marcada por el dolor y la incertidumbre. Ese día, Darío Jerez, un trabajador incansable y padre de familia, salió de su casa como todas las mañanas. Su rutina consistía en vender golosinas, gestionar créditos y sobrevivir en una Argentina desgarrada por la crisis económica. Sin embargo, lo que comenzó como una jornada habitual terminó convirtiéndose en un misterio: Darío nunca volvió.  

A partir de ese momento, su familia inició una búsqueda desesperada que no cesa. Sus tres hijos y su esposa, Vivi, enfrentaron la ausencia como una constante que marcó sus vidas. Aunque el tiempo ha transcurrido, la herida permanece abierta, especialmente porque no han obtenido respuestas claras sobre qué ocurrió con él. La lucha por la verdad y la justicia ha sido una montaña rusa de emociones, con momentos de fortaleza y otros de debilidad, pero siempre con la determinación de no rendirse.  

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La desaparición de Darío no es un hecho aislado, sino un reflejo de un sistema donde el poder político y económico se entrelazan para garantizar la impunidad. En 2013, doce años después de su desaparición, cinco hombres fueron imputados por encubrimiento: Jorge Grande, Daniel López, Cristian Ibarra, Alejandro Muñoz y Carlos Subirol. Tres de ellos eran funcionarios municipales. No obstante, el juicio celebrado en Dolores concluyó con la absolución de todos los acusados bajo el argumento de que no se había probado la desaparición como delito. Este fallo, que la familia calificó de vergonzoso, fue apelado. Aunque las instancias judiciales superiores ordenaron realizar un nuevo juicio, la causa terminó prescribiendo. Ante esta injusticia, la Comisión Provincial por la Memoria presentó el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, donde se encuentra actualmente en etapa de admisibilidad.  

Para la familia de Darío, este camino ha estado lleno de obstáculos legales y emocionales. Su hijo mayor reflexiona sobre la peculiaridad de tener ahora la misma edad que su padre al momento de su desaparición. Mientras él y sus hermanos avanzan en la vida, Darío permanece inmortalizado en una imagen eterna. Esta paradoja alimenta un cúmulo de sentimientos encontrados, desde el dolor hasta la necesidad de seguir luchando. La ausencia de Darío no solo se siente en los grandes eventos familiares, sino también en los pequeños momentos cotidianos que quedaron truncos: una tarde compartiendo mates, una conversación casual, el disfrute de su compañía mientras observaba crecer a sus nietos.

 

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La incertidumbre constante de no saber qué ocurrió con Darío es una carga emocional pesada, pero también un motor de acción. Cada día, la familia enfrenta la posibilidad de no obtener nunca las respuestas que buscan. Sin embargo, esa perspectiva, lejos de desmotivarlos, refuerza su compromiso con la lucha. La ausencia de justicia no solo afecta a los Jerez, sino que representa un riesgo latente para toda la comunidad. La impunidad de hoy abre la puerta a que estos crímenes puedan repetirse en el futuro.  

La comunidad costera ha respondido con solidaridad y compromiso. Cada 25 de octubre, se realizan marchas y actos conmemorativos donde el arte, la música y la palabra se convierten en trincheras de resistencia. La cara de Darío se ha transformado en un símbolo que trasciende el dolor individual, convirtiéndose en bandera de la lucha por la memoria, la verdad y la justicia. Su ausencia no es solo un vacío en su familia, sino una herida abierta en toda Santa Teresita.  

El silencio que rodea la desaparición de Darío es ensordecedor, pero la familia ha decidido enfrentarlo con gritos, marchas y acciones comunitarias. Saben que el silencio solo perpetúa la impunidad y que los responsables de estas injusticias dependen de la pasividad de las víctimas para salir indemnes. En lugar de ello, los Jerez han optado por hacer ruido, por elevar sus voces y construir una memoria colectiva que no permita olvidar.  

El sistema judicial, por su parte, ha dejado una sensación agridulce. Aunque en el camino encontraron algunos funcionarios comprometidos, los resultados globales han sido decepcionantes. La actuación de los jueces que absolvieron a los imputados en el primer juicio es considerada por la familia como un acto de complicidad. Además, que algunos de los acusados aún ocupen posiciones de poder político local resulta indignante y refuerza la necesidad de seguir denunciando estas situaciones.  

A pesar del paso de los años y de los múltiples intentos de acallar su lucha, la familia Jerez se mantiene firme. Han elegido la resistencia pacífica como estrategia, conscientes de que su reclamo debe sostenerse en el tiempo. Aunque sienten la tentación de recurrir a actos violentos, saben que estos no serían sostenibles y podrían desviar la atención de su objetivo principal: encontrar justicia para Darío y evitar que otras familias sufran el mismo destino.  

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Hoy, la familia enfrenta el desafío de transmitir su mensaje a una sociedad que a veces se muestra indiferente. Reconocen que no han logrado llegar a todos los sectores, lo que se evidencia en el hecho de que algunos de los responsables políticos del encubrimiento siguen siendo elegidos en cargos públicos. Este escenario no solo genera frustración, sino que también los impulsa a redoblar esfuerzos y a sumar más voces a su causa.  

Para los Jerez, la lucha diaria no solo es un acto de resistencia, sino también una forma de honrar a Darío. Aunque existe la posibilidad de que nunca lleguen a saber qué ocurrió con él, han encontrado en esta búsqueda un propósito mayor: prevenir que otros atraviesen el mismo dolor. En Santa Teresita, Darío no es solo un nombre; es un grito de justicia, una causa colectiva y una bandera de lucha que sigue ondeando contra el viento de la impunidad.  

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